No me hace ninguna ilusión escribir esto. No lo escribo porque me apetezca compartirlo con otros, como sí se comparten las buenas noticias, sino porque pienso que es necesario concienciarnos. Al principio me pregunté: «¿Por qué tan poca gente me ha preguntado si estoy bien tras el terremoto? Y a aquellos que sí me preguntaron, ¿por qué la pregunta más repetida era si lo noté?»
¿Cómo que si lo noté? ¡Cómo no voy a notar un terremoto de grado 6 que ocurrió a tan solo unos 20 kilómetros de mi casa! Y además, esos pocos que me preguntaron me dijeron además: «Bueno, una experiencia que has vivido». ¿Una experiencia que he vivido? Entiendo su buena intención pero… Yo no quería vivir esta experiencia. No la necesitaba. No la quería. Ni quiero que la viva nadie más.
Y es esto lo que me ha hecho reflexionar acerca de que no puedo sentir un ápice de decepción o negatividad ante estas preguntas o ante la ausencia de ellas. ¿Por qué? Porque en España no tenemos ni idea de lo que es un terremoto. Ni idea. Podemos estudiarlo en el instituto, podemos ver vídeos de otros terremotos y podemos ver fotos de sus consecuencias. También podemos ver cifras en Wikipedia. Nosecuántos muertos. Nosecuánta magnitud. Nosecuántas réplicas. Pero no, aún seguimos sin tener ni idea de qué es un terremoto. Porque nunca nadie ha vivido uno de verdad (excepto los habitantes de Lorca, quienes, a pesar de que su terremoto fue de grado 5, como el que noté en mi casa, imagino que experimentaron lo que es el terror y el peligro de éste).
Y eso que, con todo, yo no he corrido ningún peligro. Nada se ha caído en mi casa. Nada se ha incendiado a mi alrededor. Nada me ha hecho daño físico. Y esto lo quiero dejar bien claro. Este no es un texto sobre victimismo ni sobre mi experiencia contada de una manera exagerada para causar sensación. Pero han muerto tres personas (con una sola ya es más que relevante, una vida es una vida), se han dañado algunas casas, y ha habido más de 200 heridos. Ha sido el terremoto más fuerte en los últimos 23 años (que se dice pronto) en esta región de Japón. Y, aunque ha sido fuerte, no ha sido muy peligroso (excepto para aquellas tres personas que ya jamás volverán a contarlo). Por eso desde España no pareció tan alarmante… Mientras que los que estábamos aquí estábamos «cagados» (lo siento pero no encuentro otra palabra). Y es que nunca se sabe cuándo vendrá el que sí será peligroso para uno mismo.
Lunes 18 de junio de 2018, 7:58 am.
Ese día no tenía trabajo hasta las 3 pm. Pensaba salir de casa algo después de la 1:30 pm, tal vez. Pero el día cambió por completo. Como no tenía que madrugar, a esa hora yo estaba durmiendo.
De pronto, una gran sacudida, junto con el horrible ruido de todo moviéndose en casa, empezó a despertarme. Tal vez al principio no entendía qué ocurría. «¿Tan fuerte había cerrado mi compañera de piso la puerta al salir de casa para ir a trabajar?», pensé mientras mi cuerpo aún no podía ni abrir los ojos. Pero no, no era eso. Cuando conseguí abrirlos, lo que vi fue a mi compañera, que estaba tirando de mi brazo para sacarme rápidamente de la cama. Y ya lo entendí. Por el ruido, por la indescriptible sacudida y por su expresión. Estábamos viviendo un terremoto. Y no era un terremoto flojo. Si no sé que ni se hubiera molestado en avisarme. En ese momento sabes sin necesidad de encender las noticias que ese terremoto estaba dejando consecuencias en alguna parte. Y lo que deseas es que tú no seas una de esas consecuencias.
Como en España sólo estamos realmente preparados para casos de incendios, nuestra reacción inconsciente fue la de escapar de casa. ¡¡¡ERROR!!!
Cuando vivas un terremoto, JAMÁS se te ocurra salir de casa. Lo que hay que hacer (como ya sabía pero, j****, nunca me he visto en la situación ni he hecho siquiera un simulacro de un terremoto) es meterte enseguida debajo de una mesa resistente (si estás cerca de una), taparte el cuello con una de tus manos y la otra agarrarse a una pata de la mesa (y en terremoto aún más peligroso que éste la mesa no estará agitándose, sino probablemente botando también…).
La semana anterior habían estado dos amigos quedándose a dormir en mi casa (Anaïs y Ori), y yo había estado viajando con ellos en los ratos libres en los que no trabajaba. Habíamos disfrutado mucho. Había sido una semana diferente y necesaria para mí. La semana había acabado más que bien y tranquila. Ese lunes ya les tocaba coger el shinkansen (tren bala) hacia Tokio, pasando por una pequeña última visita de despedida a Kioto. Yo iba a quedar en casa puesto que tenía que trabajar. Pero a todos se nos truncaron nuestros planes. Ese era el contexto en el que me encontraba.
Por ello, de camino a la puerta de casa, abrí la puerta de mi cuarto, donde se estaban quedando, y les grité que salieran y se pusieran los zapatos (yo muy japonesa ya, porque como al entrar hay que quitarse los zapatos, supuse inconscientemente que al salir se los tendrán que poner, como si no se pudiera salir sin zapatos; aunque igualmente es muy muy importante llevarlos puestos en caso de terremoto, es crucial para no dañarte con cristales caídos en el suelo, por ejemplo).
Y bajamos corriendo las escaleras hasta llegar a la calle. Afortunadamente, el terremoto duró pocos segundos, entre 5 y 15, tal vez. Éste fue de unos 15 segundos aproximadamente. Así que entre empezar a despertarme del todo y salir de casa el terremoto ya había pasado. Nada se había caído en casa y nada se había caído fuera de casa. Y el par de japoneses que vimos por la calle estaban tan tranquilos. ¡Tan tranquilos! Bueno, es posible que en casa sea de los sitios donde más se nota un terremoto, por todo el ruido que genera cada objeto, mueble y electrodoméstico que hay en casa. Es verdaderamente horrible en casa. Más que en otros sitios.
Pero realmente los japoneses no estaban tranquilos. Ellos lo aparentan. Han sido educados así. Pero no lo estaban. Por una parte, saben qué hacer en caso de terremoto. Y lo primero es mantener la calma. Y, sobre todo, mostrar al exterior que estás calmado, incluso cuando no lo estés. Esta es la filosofía japonesa, y se puede aplicar a prácticamente cualquier emoción. Especialmente las negativas.
Pero como digo, no lo estaban. A cada japonés que le he preguntado, cada uno me decía: «Tuve miedo.» ¿Y por qué van a tener miedo los japoneses si están tan acostumbrados a terremotos?, preguntaría mucha gente. Pues porque este terremoto les recordó al terremoto de 1995 ocurrido en Kobe, una ciudad también muy cercana a Osaka, localizada a unos 45 kilómetros del epicentro del terremoto del pasado lunes y a tan solo 20 kilómetros de mi casa (por tanto, yo vivo justo entre esos dos epicentros separados temporalmente por 23 años). Y ese terremoto sí que fue una catástrofe. Murieron más de 6400 personas. Desde entonces no había ocurrido un terremoto tan fuerte en Kansai, esta zona de Japón.
Y yo, ¿tuve miedo?
Bueno, realmente creo que «no» tuve miedo. Tenía incertidumbre e ignorancia. Nunca antes había vivido algo así, de modo que no era del todo consciente de sus repercusiones. Pero al haber hablado con japoneses en ocasiones anteriores, yo comprendía por su manera de hablar y expresarse que un terremoto es algo que no quieres vivir. Algo 0% recomendable. Ni por vivir la experiencia. Ni por cambiarte la vida. Porque ojalá este tipo de experiencias nunca tuvieran que acarrear el cambiarnos la vida…
Y por esa razón, yo empecé a tener miedo. No por el terremoto en sí, que ya había pasado, sino por lo que estaba por venir. Tanto las autoridades como los medios de comunicación y todos los japoneses a los que preguntaras estaban 99% seguros de que vendría una réplica que podría ser algo menos, igual o incluso más fuerte. Y eso era lo que me daba miedo. Las réplicas.
Porque los tres grandes terremotos ocurridos en Japón en los últimos 23 años fueron precisamente réplicas de otro anterior de una magnitud similar a éste:
- El terremoto de Kobe de 1995 (magnitud 7, intensidad 7, más de 6 400 muertos) sucedió un día después de una cadena de terremotos de magnitud menor a 4.
- El terremoto de Fukushima de 2011 (magnitud 9, intensidad 7, más de 15 800 muertos tras el tsunami derivado del terremoto) fue la cuarta réplica de un terremoto de magnitud 7 sucedido dos días antes.
- El terremoto de Kumamoto de 2016 (magnitud 7, intensidad 7, 41 muertos) fue una réplica de dos terremotos de magnitud 6 ocurridos uno y dos días antes, respectivamente.
Pese a que normalmente medimos los terremotos por la escala de Richter, en Japón siempre aportan el dato de la escala japonesa Shindo, una escala que no indica la magnitud sino la intensidad: la repercusión del terremoto. Informa de «cómo una persona experimentaría el terremoto», de «cómo los edificios sufrirían este terremoto», etc. Realmente la considero la escala más útil puesto que si el terremoto es de gran magnitud pero yo apenas lo noto, pues apenas me repercute. Pero si el terremoto es de baja magnitud pero por otras circunstancias yo lo vivo con una intensidad muchísimo mayor, ¡pues sí que necesito estar informada de ello para saber cómo reaccionar y estar preparada para otro posible!
Y yo no quería formar parte de otra réplica. Y es esa incertidumbre, ese estado de continua alerta, esa falta de paz interior, de no poder andar por la calle sabiendo que todo está bien, de no poder ducharme sin miedo a que en cualquier momento todo podría empezar a temblar… De estar pendiente de que, si ocurre algo grave… ¿Dónde está la mesa, el parque o el refugio oficial más cercano?
Porque es así. Tienes que estar preparado para todo. A cada japonés que le preguntaba acerca del terremoto lo primero que me decía era: «Prepara tu mochila con tu kit de emergencia, llena tu bañera de agua hasta arriba en caso de que el terremoto sea tal que se corte el suministro de agua, compra agua en botella y comida no perecedera para tres días, ten la mochila a mano en caso de tener que salir corriendo de casa y nunca nunca pierdas la calma.»
Y cuando ves que todos los japoneses tienen este kit preparado de inmediato, que han llenado la bañera de agua, y que en los supermercados se agota el agua, las linternas, las comidas en lata y los fideos instantáneos… Es entonces cuando dices: «Vale. No me voy a hacer la gaijin (la guiri) que, como nunca ha vivido esta situación, se va a pensar que no va a pasar nada. Porque poder, puede pasar. Ya ha pasado otras veces. Y hay que estar preparado.»
Y eso es lo que más miedo me daba. Que ocurra. Que ocurra mientras estoy en la calle. Mientras estoy en la ducha. Mientras estoy sola. O simplemente que ocurra. Porque nunca sabes cuándo va a pasar. Y, aunque todos dicen que hay que seguir la vida como si nada (pero en alerta), a mí me cuesta dejar mi mente en blanco para centrarme en el trabajo, en el trabajo extra que tengo que hacer en casa y en el camino al refugio más cercano en caso de emergencia.
Lo siento, pero nunca antes me había sentido tan en peligro. Japón es un país seguro, dicen. En Japón, el riesgo de que otro humano te mate es mínimo. Y eso, para los japoneses, es seguridad. Seguridad de que otro humano no te hará daño ni te robará. Y lo entiendo. Y lo respeto. Y lo admiro muchísimo. Pero que en el concepto de seguridad no se incluya que la propia naturaleza te pueda dañar no es parte de mí. Si un humano no me va a matar pero mi propia Tierra sí, perdona, pero sigo en peligro. Y nunca antes me había sentido tan en peligro.
Tal vez exagere, como me han dicho otros españoles viviendo en Osaka*. Pero es juntar esa inexperiencia, esa incertidumbre y esa falta de educación preventiva ante terremotos; con las cifras de terremotos anteriores, con los testimonios y el miedo de los japoneses estos días… Y aparece mi miedo y mi inseguridad constante.
*Pero eso solo me lo decían algunos españoles, no los japoneses o los residentes en Japón desde hace años… «Hacía 23 años que no sentía un terremoto tan fuerte. Tuve miedo. Se parece mucho al de Kobe», me decían todos los japoneses que conseguían decirme algo más aparte del «tuve miedo». Porque de verdad absolutamente todos me dijeron esto, desde los más jóvenes hasta los más mayores y experimentados… Y es por eso que no me podía sentir en paz y sin miedo. Porque todos me decían que en dos días habría un terremoto grande. «EL GORDO». El que, como en los tres terremotos anteriores que he mencionado, sería el gordo de verdad tras el que ya había vivido.
Pero ahora me alegro de que hayan pasado tres días y el temblor más fuerte (y de tan solo unos 5 segundos) que haya notado fuera 24 horas después y de magnitud 4 en el epicentro. Esto escribí tres días después. Tonta de mí, al día siguiente hubo otra réplica de magnitud 4 en el epicentro, suficiente para acelerar tanto mi corazón que no se me pasó el temblor en el cuerpo hasta 20 minutos después… Fue como un recordatorio de que el peligro seguía ahí, que todavía no podía bajar la guardia… ¡¡!!
Y, desde entonces, no he vuelto a notar otro, puesto que quitando las cuatro réplicas de la noche del lunes al martes (la primera noche), que no me dejaron dormir (dormí cero por el miedo a lo que podría estar por venir; primera vez en mi vida), las demás son tan bajitas que son imperceptibles. Y eso se agradece.
Gracias a ello he encontrado una nueva definición de «felicidad» y «paz interior»:
- Felicidad es pasar más de 24 horas sin terremotos.
- Paz interior es andar tranquila por la calle, saber que no te vas a sentir repentinamente traicionada por la propia Tierra, tu propio hogar.
Por ahora:
Todo bien. Y que siga así. Y que el miedo se vaya para no volver. No necesitaba haber vivido esta experiencia. No la quería. Y no quiero que nadie más la vuelva a vivir. Y con todo, no corrí verdadero peligro. No quiero imaginar si ocurriera una catástrofe de verdad a mi alrededor. Y que no ocurra.
Y gracias a Japón por su gran preparación ante los terremotos (que te dan la poca seguridad que puedo sentir en este tipo de situación), por su inmediata información a través de la tele relativa al terremoto y sus consecuencias, por su atención al público de parte de las compañías de tren, y a aquellos que me han tranquilizado y dado consejos para estar preparada en caso de una réplica peor (en especial japoneses y chilenos). Y gracias a mi compañera de piso, por cuidarnos mutuamente todo lo que hemos podido.
De verdad que no podemos imaginar qué es esto hasta que no lo vivimos. Y la de cosas que me he dejado por escribir, como qué hacer ante esta situación de emergencia o cómo reaccionó Japón ante ella en detalle. Pero lo importante era esto: un terremoto no es una experiencia positiva. No es como estar en un cacharrito de la feria. No es un «vaya, qué fuerte que hasta lo has notado». Un terremoto es real. Y no es un leve meneo como en un barco, que te sorprende porque no parece ser lo natural. Un terremoto es una sacudida real. Y puede llegar a ser tan grande que no puedas ni mantenerte de pie. Y que hay personas que mueren y que pierden sus casas. Es difícil empatizar con aquello que nos pilla tan lejos. Pero nunca sabemos cuándo nos va a ocurrir a nosotros, a un ser querido o a cualquier otro ser humano que se merece igual de poco que nosotros vivir una situación así. No quiero llegar a imaginarme ni mucho menos vivir una situación como la de terremotos fuertes anteriores. Para mí, no es una experiencia positiva.
Y es por eso que escribo esto, porque yo soy la primera que me he sorprendido al ver que, con lo empática que soy, no he sido capaz en absoluto de ponerme en el lugar de las víctimas de previos terremotos en países como Japón, Italia o México. Por eso lo escribo de reflexión. Porque yo soy la primera que he de aprender de ello. Y lo he aprendido «por las malas», con mi propia experiencia. Y ojalá los que hayáis leído esto no lo vayáis a aprender jamás de la misma manera, sino sólo a través de estas palabras (si es que se puede llegar a aprender/entender…).
Gracias por leerlo, por entender (ojalá) mi punto de vista, y lo más importante, por prestar un poquito de interés a entender a los habitantes de otros países… Que al fin y al cabo todo es un mismo país, un mismo planeta, un mismo hogar.
¡Elena! Verdaderamente consigues concienciar con tu texto. No sabía lo ajena que estaba a este tipo de catástrofes hasta que lo he leído. Así que gracias a ti, desde ahora lo veo con otros ojos… Espero que te siga yendo tan bien tu andadura japonesa y que aprendas mucho.
Me gustaMe gusta
¡Muchas gracias, Bárbara! 🙂
Qué ilusión saber de ti y me alegro de que haya servido escribir estas palabras. Espero que también te esté yendo genial. A ver si nos vemos un día cuando vuelva a Jerez. Un abrazo 🙂
Me gustaMe gusta